Scholar propone un sistema regulatorio nacional para garantizar el uso equitativo de la tecnología legal.
Si usted es un conductor que disputa una multa de estacionamiento, un prometido que redacta un acuerdo prenupcial o un empresario que inicia un nuevo negocio, la tecnología legal puede ayudarlo.
Sin embargo, en Estados Unidos, pocas regulaciones abordan los servicios legales impulsados por la tecnología.
En un artículo en el Revisión de la ley de FordhamDrew Simshaw, profesor de derecho, identifica el potencial de la tecnología legal para conectar a los estadounidenses desatendidos con servicios legales asequibles y propone un sistema regulatorio nacional para garantizar que la tecnología legal logre este objetivo.
La industria de servicios legales se encuentra al borde de una revolución tecnológica, con una abundancia de innovación en tecnología legal. La tecnología legal es tecnología que facilita la interacción del usuario con el sistema legal, incluidas herramientas que aprovechan la inteligencia artificial generativa.
Entre la tecnología legal popular, las opciones de autoayuda, como HelloPrenup, LegalZoom y DoNotPay, permiten a los usuarios explorar preguntas legales específicas sin contratar a un abogado. Los profesionales del derecho también se benefician de estas herramientas, que ayudan con tareas, incluida la admisión de clientes, el descubrimiento electrónico y la redacción de documentos.
Simshaw destaca el potencial de la tecnología legal para simplificar la resolución de problemas, mejorar el acceso de los consumidores a la información y permitir a los usuarios resolver sus problemas legales de una manera que produzca mejores resultados que actuando solos.
Esta tecnología también promete cerrar la brecha de acceso a la justicia al brindar asistencia legal muy necesaria a los estadounidenses de ingresos bajos y medios que de otro modo no podrían pagar un abogado, explica Simshaw. De hecho, los estadounidenses de bajos ingresos no reciben ayuda legal para la mayoría de sus asuntos legales civiles debido al costo exorbitante de los servicios legales.
Pero Simshaw advierte que el uso de tecnología legal plantea consideraciones cruciales, incluido si el uso de herramientas de autoayuda constituye una práctica jurídica no autorizada, cómo los proveedores de servicios responden por la precisión de sus consejos y qué protecciones se aplican a los datos confidenciales de los usuarios, entre otras. otras preocupaciones.
Simshaw sostiene que el hecho de no regular y abordar estas cuestiones socava el potencial de la tecnología legal para ayudar a las comunidades de escasos recursos. Enfatiza que para que la tecnología legal cierre la brecha de acceso a la justicia, la tecnología legal debe “calibrarse” para este propósito.
Sin regulación, Simshaw advierte sobre un posible resultado: uno en el que las herramientas tecnológicas se conviertan en la principal fuente de asistencia legal para las personas de bajos ingresos, incluso cuando la ayuda humana sea apropiada. Simshaw imagina procesos de admisión que redirigen a las personas de bajos ingresos de los servicios legales profesionales hacia asistencia basada en tecnología que, si bien es mejor que nada, sigue siendo inadecuada.
En otro resultado indeseable, la tecnología legal pasa a estar disponible sólo para los ricos. Simshaw plantea la hipótesis de un escenario en el que sólo los grandes bufetes de abogados y sus clientes adinerados puedan permitirse la tecnología jurídica, aumentando así la “brecha entre los que tienen y los que no tienen”.
En un escenario final, Simshaw sugiere que si el despliegue de la tecnología legal es demasiado lento o inaccesible, la tecnología legal no cumplirá su promesa y no tendrá ningún impacto en el estado actual de desigualdad. De hecho, el acceso limitado a Internet y a las computadoras también complica el uso de la tecnología legal como forma de aumentar el acceso a la justicia, especialmente en las zonas rurales.
Para evitar estos efectos adversos, Simshaw recomienda que los empresarios y reguladores de tecnología legal consideren las necesidades de los consumidores y las tareas legales específicas que estas tecnologías pretenden abordar.
La respuesta regulatoria actual a las innovaciones tecnológicas legales se limita a las regulaciones locales, como la “zona de pruebas regulatoria” de Utah lanzada en 2020, mediante la cual los reguladores relajaron la aplicación de sus reglas para permitir que las empresas de tecnología innoven y prueben nuevos productos y servicios.
Simshaw sostiene que el marco de Utah podría servir como modelo para un plan nacional, pero señala la renuencia de otras jurisdicciones a adoptar dicho modelo debido a la falta de información sobre el uso de los servicios de tecnología legal.
Para avanzar hacia una respuesta regulatoria nacional, Simshaw enfatiza la necesidad de un organismo de supervisión nacional, como la Asociación de Abogados de Estados Unidos. Un organismo nacional de supervisión de la tecnología jurídica no tendría autoridad para hacer cumplir la ley, sino que administraría normas que los tribunales supremos estatales aceptarían.
Simshaws prevé que un organismo de supervisión nacional cumpliría cuatro funciones: evaluar a los posibles participantes de las empresas de tecnología, recomendar puertos seguros, monitorear a los participantes mediante la recopilación de datos y asesorar si la empresa de tecnología debería recibir una licencia para seguir teniendo acceso al mercado público.
Simshaw también alienta a los reguladores a reducir la “incertidumbre regulatoria” definiendo la práctica del derecho y brindando más flexibilidad en la inversión en prácticas legales más allá de las concepciones tradicionales, como lo hizo el Grupo de Trabajo de California sobre el Acceso a través de la Innovación de los Servicios Legales.
Quienes están a favor de la regulación estatal de la tecnología legal argumentan que solo el estado debería ser responsable de monitorear los servicios legales sin estándares ni supervisión federales. Simshaw, sin embargo, responde que otros servicios legales, como la acreditación de las facultades de derecho, ya son monitoreados a nivel nacional y los estados aún mantienen el control.
Los oponentes también sostienen que un cambio hacia una regulación nacional es inapropiado para servicios únicos, como los que se brindan en la industria legal, incluso si se brindan a través de tecnología. Pero Simshaw sostiene que las ventajas de regular la tecnología legal a nivel nacional superan cualquier desventaja debido a la mayor disponibilidad de experiencia, datos y eficiencias.
Finalmente, Simshaw cuestiona el argumento de que un esquema regulatorio nacional alteraría la regulación local tradicional de los proveedores de servicios legales al señalar que las innovaciones en tecnología han sido y seguirán siendo una fuerza disruptiva en la regulación de los servicios legales.
Simshaw concluye que, según su propuesta, los estados aún mantendrían el control final sobre la regulación de los servicios legales, pero enfatiza que un sistema de estándares nacionales maximizaría el potencial de la tecnología legal y serviría mejor a los intereses de aquellas comunidades en la brecha de acceso a la justicia.